Hay lugares que  sin saber muy bien el porqué, ejercen sobre uno cierta atracción irremediable que muchas veces es compartida por pocos.  Si en particular hablamos de esto en un blog de Gastronomía no nos podemos estar refiriendo más que a un restaurante.

Si hablamos de las razones y de los motivos de esa atracción muchos de ellos son personales. Para mi, este restaurante ubicado en el madrileño pueblo de El Molar, me trae muchos y bonitos recuerdos de mi juventud. Varios años donde aunque iniciándome en la afición por la buena mesa, esta venía muy condicionada por el precio y por encontrar lugares donde evadirse y disfrutar de buena compañía entre amigos o en pareja.

Este lugar lo tenía todo. Ubicado en las proximidades de Madrid, lo que propiciaba cierta evasión, proporcionaba una inmejorable relación calidad precio para disfrutar de su ambiente íntimo con muy poca luz y decoración parca y peculiar y en ocasiones disfrutando de una cocina de parrilla en mesas junto a un buen fuego. Precisamente por el ambiente proporcionado por su falta de luz, sus velas, y su chimenea, es un lugar que siempre he intentado frecuentar en invierno, cuando el seco frío de este pueblo cercano a la sierra justifica cenar en compañía de un buen fuego. Una cosa que siempre me ha resultado muy curiosa es que sus paredes están repletas con dibujos del ya fallecido historietista y humorista gráfico Serafín Rojo Caamaño, Serafín, vinculado a la revista de humor La Codorniz.

Tener en cuenta además que este restaurante está construido adosado a las cuevas que le dan su nombre. Cuevas que fueron excavadas en este primitivo suelo, algunas durante la dominación árabe, denominado macizo metamórfico de San Pedro, a cuyos pies se asienta el pueblo de El Molar. Esta franja caliza representa los restos de las faldas de las montañas calcáreas desaparecidas durante el terciario y que nos han quedado hoy en forma de cerros denominados Cerro de la Atalaya, El Cabezo, La Torreta y La Corneja. Precisamente debajo de los cerros del Cabezo y la Atalaya es donde se encuentran este y otros restaurantes que atesoran cuevas que durante años se han utilizado para la elaboración y reposo sosegado del vino, aunque también hay otras cuevas, las de los areneros, que fueron explotadas para la elaboración de vidrios y abrasivos.

Os parecerá increíble pero hubo un tiempo en que en esta pequeña localidad madrileña tuvo más superficie construida bajo tierra que sobre ella. Durante los años de la Guerra Civil española las cuevas se convirtieron en protegidas moradas para los molareños que las utilizaban para su propia seguridad y que las llenaros de pasadizos y conexiones que todavía hoy conforman laberintos que las conectan entre si. No es casualidad que estas cuevas de El Matador conecten con otras donde los mismos dueños tienen un bar de copas y que te animen a hacer el camino a oscuras en solitaria compañía de tan solo la luz de una vela. Son tan solo unas decenas de metros pero la experiencia merece la pena para rematar la cena.

No esperéis una cena gourmet. Por eso decía de su extraño atractivo. Su carta está centrada en los embutidos y en la parrilla, sobre la que asan pinchitos de cordero y ternera que ellos mismos aderezan, chuletas de cordero, chuletones y morcillas y chorizos, y algunas opciones de pescado. Además ensalada de la casa aliñada con un peculiar vinagre con un sabor que recuerda a las raíces no casuales que le unen al vino de la casa servido en frascas. Algún postre y café de olla completarán una cena en un lugar diferente, con personalidad propia y que todavía mantiene buena relación calidad precio. Nada sobresaliente pero casi todo rico. Trato amable y cercano aunque en ocasiones con mejorable logística de parrilla que hace que los platos lleguen fríos a la mesa.

Para mi un lugar especial que me trae muchos recuerdos y al que siempre me gusta volver. Os dejo unas fotos.

Cuevas El Matador
El Molar
28710 Madrid
España
Tlf.: +34 91 841 03 93