Durante este último año me ha pasado en varias ocasiones un incidente que podríamos denominar de molesto, cuando no, desagradable; especialmente cuando uno elige determinado restaurante para una ocasión especial, ya sea personal o de trabajo, y quedar bien. El incidente tiene lugar cuando tras estudiar la carta de vinos, normalmente amplia y con representación de varias D.O. españolas y extranjeras, uno decide pedir éste o aquel vino y el sumiller responde con un “no lo tenemos”, y así hasta con tres elecciones diferentes.
Y lo peor no es que no tengan las referencias que ofrecen en la carta, si no las excusas que dan: “se nos ha acabado”, “es que es un vino que se pide poco y tenemos pocas botellas”, o la peor de todas bajo mi punto de vista, “es que con la crisis mi jefe no me deja comprar”. Estamos hablando de restaurantes de más de 100 € por persona, como uno muy cerca del Congreso de los Diputados en Madrid perteneciente a un famoso grupo catalán de restauración u otro en Barcelona en Pedralbes regentado por un ex-El Bulli.
No entiendo como establecimentos con los precios y el supuesto prestigio de los anteriores no cuidan este aspecto. Desde luego, a mí no me van a ver más.
¿No es más honesto reducir la carta de vinos que engañar al cliente con una supuesta variedad que en realidad no es tal?
Sí, es molesto. Aunque hay una variante que me molesta aún más: cuando sales a un restaurante normalito de los de 40-50 euros por persona, y no quieres un vino especial, sólo uno “decente”, y después de mirar la lista (no muy larga) y ver que la mayoría sale absurdamente cara, reconoces a uno que sabes que está más o menos bien y además no excesivamente caro. Y viene el camarero y te dice que éste se le ha acabado…
Otra “variante” la sufrió una amiga mía al salir, ella y unos amigos, un poco alegres de una cena. Se decidieron por tomar una última copa en el bar de un hotel famoso que está cerca del Congreso de los Diputados y que tiene un bar acristalado con ventanales a la calle y que está un poco de moda y que tiene nombre de un culebrón que estuvo de moda en España a finales de los 80 (o tal vez principios de los 90) (ya no doy más pistas). Pues, pidieron una botella de champán (vale, champagne) por unos EUR 100 y cuando pidieron la segunda, pues, ya no tenían de esa marca y les ofrecieron otra, que acepetaron sin preguntar por el precio. Pues, resulta que era de EUR 600. Que eso te lo hagan en un puticlú de Reeperbahn, vale, ¿pero en un supuesto 5 estrellas?
Otra variante que me encantó fue cuando pedí la lista de vinos en un japo (con la comida japonesa me encantan los blancos con algo de barrica) más bien “sencillo” en la calle Avila. La camarera, muy simpática, me dijo: “Tenemos vino blanco, vino tinto y vino rosado”. Pues, el rosado. No estaba mal. Y además, hay que reconocerlo, no estaba caro.