Durante este último año me ha pasado en varias ocasiones un incidente que podríamos denominar de molesto, cuando no, desagradable; especialmente cuando uno elige determinado restaurante para una ocasión especial, ya sea personal o de trabajo, y quedar bien. El incidente tiene lugar cuando tras estudiar la carta de vinos, normalmente amplia y con representación de varias D.O. españolas y extranjeras, uno decide pedir éste o aquel vino y el sumiller responde con un “no lo tenemos”, y así hasta con tres elecciones diferentes.

Vino de Valencia

Y lo peor no es que no tengan las referencias que ofrecen en la carta, si no las excusas que dan: “se nos ha acabado”, “es que es un vino que se pide poco y tenemos pocas botellas”, o la peor de todas bajo mi punto de vista, “es que con la crisis mi jefe no me deja comprar”. Estamos hablando de restaurantes de más de 100 € por persona, como uno muy cerca del Congreso de los Diputados en Madrid perteneciente a un famoso grupo catalán de restauración u otro en Barcelona en Pedralbes regentado por un ex-El Bulli.

No entiendo como establecimentos con los precios y el supuesto prestigio de los anteriores no cuidan este aspecto. Desde luego, a mí no me van a ver más.

¿No es más honesto reducir la carta de vinos que engañar al cliente con una supuesta variedad que en realidad no es tal?

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