Torre de Toro

Si el Tajo hace una curva de ballesta sobre Toledo, es lícito decir que el Duero lame los cerros de Castilla protegiendo los flancos de ciudades como Tordesillas, Toro o Zamora, antaño fronteras frente  a los musulmanes.

Toro es una ciudad hastiada de historia, baste decir que para recibir al visitante se puede observar un becerro similar a los de Guisando que salvaguarda una ciudad, de sobra quedan las murallas deshechas, decenas de conventos –algunos derruidos- e iglesias milenarias.

Una ciudadela con una historia cansada, edades que se puede condensar en un caldo sanguinolento, pues esta es la palabra que mejor puede describir el antiguo vino de Toro, denso, opaco y rudo aún con un toque de calidad que le ha hecho diferente y conocido en otras zonas de Europa. Dice la gente mayor –realmente no sé si es una leyenda o es una historia verídica- que al construir la Torre de Toro (la misma que se ve en la foto que preside el artículo), hubo un momento en que los albañiles se quedaron sin agua para fraguar el cemento, y como para traer el líquido del Duero era necesario salvar un desnivel de más cincuenta metros fue más barato hacer la masa con el fluido más abundante en la zona, el vino, que subir el agua.

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Cuentan también que Colón llevó en las carabelas diferentes vinos de España y el único que soportó el viaje sin avinagrarse fue el vino de Toro.

Aquí se asentaron algunos de los reyes Godos, como Chindasvinto, enterrado en uno de los pueblos anejos, San Román de Hornija. Por aquí pasó Juana la Loca y cercanas, también, fueron las revueltas de los Comuneros cuyo vestigio notable, un alcázar decapitado de almenas, sigue siendo hoy testigo inmutable de un pasado mejor. Una larga historia, con cepas centenarias. Sin embargo, con este pedigrí, pudiera pensarse en una espesa tradición culinaria que marcara al visitante con el inequívoco estigma de la tradición. Sin embargo, tras una visita en profundidad, las marcas gastronómicas autóctonas son limitadas y están influidas de forma notable por la emigración que sufrió la zona en el último tercio del siglo XX, con una mezcla de tapas de la meseta, como lengua o morro rebozado con tapas norteñas como la calandraca –chistorra envuelta en queso y jamón York rebozada- que dan a la ciudad un ambiente indeterminado y mundano.

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